viernes, 3 de agosto de 2012

¿Jugamos?

Rebuscando en el baúl del desván se encontró. Se encontró de niña, ataviada con su vestido de los domingos y sus zapatos de charol. Encontró sus libros, los que la fueron formando. Encontró los olores, de veranos de césped mojado, de vacaciones Santillana, de juegos.
Era hija única y siempre había tenido la certeza de que si hubiera tenido hermanos habría seguido siendo hija única. Los demás, los que tenían hermanos, solían pensar que eso era triste, pero ella era feliz. Disfrutaba de todos los espacios, a su antojo y empezaba y acababa los juegos cuando ella quería, así con un chasquido de sus pequeños dedos.
Sin embargo, había momentos (bastantes porque en el fondo era muy sociable) en los que necesitaba de los demás. Tenía amigos, muchos, y de vez en cuando les buscaba en la calle, cuando ésta albergaba los sonidos infantiles de juegos, broncas y risas. La pregunta inmediata era sencilla, corta, concisa:
¿Jugamos?
En ese punto del recuerdo, paró. Volvió al presente, a la mujer. Madre, esposa y empresaria, por ese orden. Y pensó en la cantidad de veces que hizo esa pregunta tan sencilla "¿Jugamos?".
El día que coqueteó por primera vez con un chico, el día que se saltó las clases por primera vez, su primera borrachera, su primer porro, su primer contacto con el sexo (sola o acompañada).
Le dijo "¿Jugamos?" al hombre con el que compartía su vida. Un "jugamos" con vértigo, ese vértigo con el que te entra la risa floja, vértigo de Dragon Khan. Ese "jugamos" de las noches de sexo, de entregarse, de derramarse uno en el otro.
Le dijo "¿Jugamos?" a su hijo cuando comenzó a andar y quiso que ese momento no acabara nunca. Fue la mujer más feliz del mundo.
En otro plano muy distinto, rescató los "¿Jugamos?" desafiantes, chulescos que les propinaba, por ejemplo, a pretendientes pesados que no entendían el significado de la palabra "NO", a las ex-parejas que inventaban rumores que contar a los amigos comunes para crear no sabía bien qué tipo de reacción, a los antiguos jefes que querían, de un modo u otro, aprovecharse de ella o a los clientes que daban largas a la hora de pagar las facturas.
Se dio cuenta, como cuando era pequeña y llevaba ese vestido de los domingos, que había juegos que le gustaban y juegos que no. Es algo que fue aceptando a medida que maduraba pero lo que era un hecho irrefutable es que para llegar a esa conclusión hay que jugar.
¿Qué es la vida si no?

3 comentarios:

  1. Hola!
    Muy buena la entrada, sobre todo porque nos hace pensar.
    Estoy contigo en que la vida es un juego. Y tenemos que intentar ganar siempre, aunque sea difícil en algunas ocasiones.
    Un beso y felicidades de nuevo.

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  2. Gracias, sol. Y que sigamos jugando mucho tiempo. Beso enorme

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  3. En el juego de la vida, como en algún otro, creo que si lo pasamos bien a la larga ganaremos.
    Jugar para divertirse es el camino hacia la felicidad
    Un beso :)

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