Desde el principio de los tiempos la meta suprema en el ser humano ha sido la búsqueda de la felicidad. Ese sentimiento pleno, esa manera de tratar de que nada ni nadie oprima tu pecho cuando respiras.
Muchos son los caminos que hemos buscado, de hecho, me atrevería a decir que tantos como personas. El denominador común es la concentración, el enfoque que nuestra mente necesita para alcanzar lo que nos proponemos. El fin de toda ciencia es encontrar ese origen, ese punto del que luego parte la multiplicidad. La práctica de yoga puede ser uno de esos caminos.
Uno de mis propósitos en mi trabajo (para eso he tenido al mejor maestro) es intentar cambiar esa idea de la práctica de yoga como algo esotérico, oculto, propio de gente "volada" con los estómagos llenos de productos de herbolario. No puede haber nada oculto, secreto o misterioso en la práctica de yoga y mucho menos en la enseñanza. De hecho, eso debe ser rechazado de inmediato. En realidad se trata de todo lo contrario. Se trata de aportar luz, de aplicar las herramientas de las que todos disponemos para aprender, para cauterizar nuestras heridas, para vivir mejor.
Tampoco debería tomarse como algo meramente físico (aspecto muy vendido y de moda en los gimnasios de todas las grandes ciudades). Sí es verdad que usamos el cuerpo en nuestra práctica (hatha yoga) pero como herramienta, como medio para conseguir el enfoque y concentración mental. El cuerpo ha de mantenerse sano y fuerte como una parte más de nosotros, pero evidentemente, no la única.
En mi empeño por desarrollar mi trabajo lo mejor que sé, suelo explicar a los alumnos que la práctica de yoga no sólo empieza cuando entramos por la puerta de la sala, ni en la esterilla si no que la vamos madurando minuto a minuto en nuestra existencia. Es bueno entender que la práctica consta de ocho partes, http://en.wikipedia.org/wiki/Raja_Yoga#Eight_limbs_of_Ashtanga_Yoga algunas de ellas éticas y morales muy apropiados para entender por qué no está bien, por ejemplo, "pelearse" por un buen sitio en la sala. Eso que llama la atención, es sólo un ejemplo de las miles de cosas superfluas a las que damos importancia a lo largo del día: que no encontremos sitio para aparcar nuestro coche, que en el restaurante no quede la comida que queríamos pedir, que el vecino ponga la música muy alta o que alguien no nos dedique la atención que creemos que nos merecemos.
En relación a todo esto y aunque admiro profundamente el trabajo de muchos compañeros en otros lugares del mundo (visitad el enlace, merece la pena) http://www.youtube.com/watch?v=MfsLd5NZbWk&feature=share creo que aquí queda mucho por hacer, empezando por nuestro interior.
Respirad.
martes, 31 de julio de 2012
sábado, 28 de julio de 2012
Hard Candy
Esos momentos difíciles de asimilar, difíciles de masticar y de digerir. Tantos de esos momentos nos abofetean a lo largo de nuestra vida que notamos cómo sangran nuestras encías y hasta el alma. El sabor de la sangre en nuestra boca se va acomodando en nuestra mente desde que somos pequeños.
El día que nuestra madre nos deja por primera vez en el colegio es un buen "hard candy". Esa sensación de abandono que experimentaremos más adelante, cuando la persona a la que creemos querer nos aparta de su vida dejando salir un aliento que suena a "no es tu culpa, pero ahí te quedas". Otro amargo hard candy.
Ese amigo que se va, que ya no va a estar a tu lado, riendo, tomando una copa de vino y "poniendo temitas" en el equipo de música. No te cruzarás con él en los lugares comunes, no te avisará cuando tú no te hayas dado cuenta de que el semáforo estaba en rojo. Ya no te salvará del aburrimiento.
Ese trabajo que idealizaste, en el que creíste, en el que dejaste horas y horas de esfuerzo y que te pega una patada de la noche a la mañana, sin poder reaccionar, sin saber qué pasa.
Esa boda que planeaste con años de antelación. De blanco, todo perfectamente cuadrado para que saliese perfecto y que acaba con la mitad de la familia enfrentada, tu marido borracho hasta la inconsciencia y, lo que es peor, tú necesitando morfina para calmar el dolor de pies que te han regalado esos tacones. Hard Candy.
Ese lado de la cama vacío, frío, grande. Esos desayunos solitarios. Y la comida. Y la cena. Y los sueños.
Tardas mucho tiempo en darte cuenta de que los caramelos duros te hacen fuerte. Si te comes uno, está todo superado. Y entonces, de repente, ya no son tan duros, ni te sangran las encías. Y alguien viene a ofrecerte las gominolas más maravillosas del mundo, las más blanditas y dulces. El paladar se inunda de un sabor que no habías sentido nunca...
Ese alguien quizás estuvo siempre ahí. Tú no le veías. Quizás, sencillamente, seas tú.
El día que nuestra madre nos deja por primera vez en el colegio es un buen "hard candy". Esa sensación de abandono que experimentaremos más adelante, cuando la persona a la que creemos querer nos aparta de su vida dejando salir un aliento que suena a "no es tu culpa, pero ahí te quedas". Otro amargo hard candy.
Ese amigo que se va, que ya no va a estar a tu lado, riendo, tomando una copa de vino y "poniendo temitas" en el equipo de música. No te cruzarás con él en los lugares comunes, no te avisará cuando tú no te hayas dado cuenta de que el semáforo estaba en rojo. Ya no te salvará del aburrimiento.
Ese trabajo que idealizaste, en el que creíste, en el que dejaste horas y horas de esfuerzo y que te pega una patada de la noche a la mañana, sin poder reaccionar, sin saber qué pasa.
Esa boda que planeaste con años de antelación. De blanco, todo perfectamente cuadrado para que saliese perfecto y que acaba con la mitad de la familia enfrentada, tu marido borracho hasta la inconsciencia y, lo que es peor, tú necesitando morfina para calmar el dolor de pies que te han regalado esos tacones. Hard Candy.
Ese lado de la cama vacío, frío, grande. Esos desayunos solitarios. Y la comida. Y la cena. Y los sueños.
Tardas mucho tiempo en darte cuenta de que los caramelos duros te hacen fuerte. Si te comes uno, está todo superado. Y entonces, de repente, ya no son tan duros, ni te sangran las encías. Y alguien viene a ofrecerte las gominolas más maravillosas del mundo, las más blanditas y dulces. El paladar se inunda de un sabor que no habías sentido nunca...
Ese alguien quizás estuvo siempre ahí. Tú no le veías. Quizás, sencillamente, seas tú.
jueves, 26 de julio de 2012
Seguirte
Seguirte. Cruzar la calle que separa tu alma de mis piernas. Saber que estás aunque no puedas tocarme, deshacer tu lado de la cama para imaginarte. Quemarme.
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