sábado, 13 de octubre de 2012

EL FRACASO

El fracaso del bilingüismo en realidad es el fracaso de la enseñanza. El fracaso de la motivación, de la ilusión, de levantarte con ganas de todo por las mañanas. El afán por buscar culpables, excusas. El vicio de pedir, de exigir y de dar muy poco.

Sí, estoy de acuerdo con que se reciban ayudas, en que faciliten que la gente pueda dedicarse a lo que supuestamente le gusta pero ¿qué fue de aquellos tiempos en los que te ilusionaba crecer profesionalmente y hacías todos los cursos que se te ponían por delante, motu proprio? ¿Qué fue de aquellos fines de semana en 
los que madrugabas para ir a academias privadas para ampliar los cursos que ya habías hecho? Personalmente, y como profesora precisamente de inglés que he sido, me indigna que haya "compañeros" que se quejen del esfuerzo que les haya supuesto el alcanzar un nivel determinado para ejercer o desarrollar su profesión. Creo que ese tipo de profesores son lo más parecido a la imagen que tenemos del funcionariado (aunque sobre ésto también haya mucho de qué hablar). Personas que aspiran únicamente a cubrir un expediente, a pasar las horas dando un programa justito. Gente que se queja de haber tenido que pasar un año en Inglaterra para mejorar su inglés (!!!!). Pero ¿de qué estamos hablando? Hay miles de personas que hubiesen dado casi lo que fuera por haber podido tener siquiera esa oportunidad.
Sí, el nivel del bilingüismo es lamentable, pero muchos (no todos) de esos profesores deberían echar la vista atrás y analizar el porqué. Quizás, no el porqué del fracaso del bilingüismo, si no el porqué se dedican a esto. En la enseñanza hay que estar dispuesto a crecer constantemente y esa actitud se transmite directamente a los alumnos, a las PERSONAS que tienes delante y que reciben, como esponjas, lo que tú respiras.
Hay profesiones que no se pueden permitir el lujo de quedar simplemente en ser un mero medio de llegar a fin de mes.

viernes, 3 de agosto de 2012

¿Jugamos?

Rebuscando en el baúl del desván se encontró. Se encontró de niña, ataviada con su vestido de los domingos y sus zapatos de charol. Encontró sus libros, los que la fueron formando. Encontró los olores, de veranos de césped mojado, de vacaciones Santillana, de juegos.
Era hija única y siempre había tenido la certeza de que si hubiera tenido hermanos habría seguido siendo hija única. Los demás, los que tenían hermanos, solían pensar que eso era triste, pero ella era feliz. Disfrutaba de todos los espacios, a su antojo y empezaba y acababa los juegos cuando ella quería, así con un chasquido de sus pequeños dedos.
Sin embargo, había momentos (bastantes porque en el fondo era muy sociable) en los que necesitaba de los demás. Tenía amigos, muchos, y de vez en cuando les buscaba en la calle, cuando ésta albergaba los sonidos infantiles de juegos, broncas y risas. La pregunta inmediata era sencilla, corta, concisa:
¿Jugamos?
En ese punto del recuerdo, paró. Volvió al presente, a la mujer. Madre, esposa y empresaria, por ese orden. Y pensó en la cantidad de veces que hizo esa pregunta tan sencilla "¿Jugamos?".
El día que coqueteó por primera vez con un chico, el día que se saltó las clases por primera vez, su primera borrachera, su primer porro, su primer contacto con el sexo (sola o acompañada).
Le dijo "¿Jugamos?" al hombre con el que compartía su vida. Un "jugamos" con vértigo, ese vértigo con el que te entra la risa floja, vértigo de Dragon Khan. Ese "jugamos" de las noches de sexo, de entregarse, de derramarse uno en el otro.
Le dijo "¿Jugamos?" a su hijo cuando comenzó a andar y quiso que ese momento no acabara nunca. Fue la mujer más feliz del mundo.
En otro plano muy distinto, rescató los "¿Jugamos?" desafiantes, chulescos que les propinaba, por ejemplo, a pretendientes pesados que no entendían el significado de la palabra "NO", a las ex-parejas que inventaban rumores que contar a los amigos comunes para crear no sabía bien qué tipo de reacción, a los antiguos jefes que querían, de un modo u otro, aprovecharse de ella o a los clientes que daban largas a la hora de pagar las facturas.
Se dio cuenta, como cuando era pequeña y llevaba ese vestido de los domingos, que había juegos que le gustaban y juegos que no. Es algo que fue aceptando a medida que maduraba pero lo que era un hecho irrefutable es que para llegar a esa conclusión hay que jugar.
¿Qué es la vida si no?

martes, 31 de julio de 2012

Buscar

Desde el principio de los tiempos la meta suprema en el ser humano ha sido la búsqueda de la felicidad. Ese sentimiento pleno, esa manera de tratar de que nada ni nadie oprima tu pecho cuando respiras.
Muchos son los caminos que hemos buscado, de hecho, me atrevería a decir que tantos como personas. El denominador común es la concentración, el enfoque que nuestra mente necesita para alcanzar lo que nos proponemos. El fin de toda ciencia es encontrar ese origen, ese punto del que luego parte la multiplicidad. La práctica de yoga puede ser uno de esos caminos.
Uno de mis propósitos en mi trabajo (para eso he tenido al mejor maestro) es intentar cambiar esa idea de la práctica de yoga como algo esotérico, oculto, propio de gente "volada" con los estómagos llenos de productos de herbolario. No puede haber nada oculto, secreto o misterioso en la práctica de yoga y mucho menos en la enseñanza. De hecho, eso debe ser rechazado de inmediato. En realidad se trata de todo lo contrario. Se trata de aportar luz, de aplicar las herramientas de las que todos disponemos para aprender, para cauterizar nuestras heridas, para vivir mejor. 
Tampoco debería tomarse como algo meramente físico (aspecto muy vendido y de moda en los gimnasios de todas las grandes ciudades). Sí es verdad que usamos el cuerpo en nuestra práctica (hatha yoga) pero como herramienta, como medio para conseguir el enfoque y concentración mental. El cuerpo ha de mantenerse sano y fuerte como una parte más de nosotros, pero evidentemente, no la única. 
En mi empeño por desarrollar mi trabajo lo mejor que sé, suelo explicar a los alumnos que la práctica de yoga no sólo empieza cuando entramos por la puerta de la sala, ni en la esterilla si no que la vamos madurando minuto a minuto en nuestra existencia. Es bueno entender que la práctica consta de ocho partes, http://en.wikipedia.org/wiki/Raja_Yoga#Eight_limbs_of_Ashtanga_Yoga algunas de ellas éticas y morales muy apropiados para entender por qué no está bien, por ejemplo, "pelearse" por un buen sitio en la sala. Eso que llama la atención, es sólo un ejemplo de las miles de cosas superfluas a las que damos importancia a lo largo del día: que no encontremos sitio para aparcar nuestro coche, que en el restaurante no quede la comida que queríamos pedir, que el vecino ponga la música muy alta o que alguien no nos dedique la atención que creemos que nos merecemos.


En relación a todo esto y aunque admiro profundamente el trabajo de muchos compañeros en otros lugares del mundo (visitad el enlace, merece la pena) http://www.youtube.com/watch?v=MfsLd5NZbWk&feature=share creo que aquí queda mucho por hacer, empezando por nuestro interior.


Respirad.

sábado, 28 de julio de 2012

Hard Candy

Esos momentos difíciles de asimilar, difíciles de masticar y de digerir. Tantos de esos momentos nos abofetean a lo largo de nuestra vida que notamos cómo sangran nuestras encías y hasta el alma. El sabor de la sangre en nuestra boca se va acomodando en nuestra mente desde que somos pequeños. 
El día que nuestra madre nos deja por primera vez en el colegio es un buen "hard candy". Esa sensación de abandono que experimentaremos más adelante, cuando la persona a la que creemos querer nos aparta de su vida dejando salir un aliento que suena a "no es tu culpa, pero ahí te quedas". Otro amargo hard candy.
Ese amigo que se va, que ya no va a estar a tu lado, riendo, tomando una copa de vino y "poniendo temitas" en el equipo de música. No te cruzarás con él en los lugares comunes, no te avisará cuando tú no te hayas dado cuenta de que el semáforo estaba en rojo. Ya no te salvará del aburrimiento. 
Ese trabajo que idealizaste, en el que creíste, en el que dejaste horas y horas de esfuerzo y que te pega una patada de la noche a la mañana, sin poder reaccionar, sin saber qué pasa.
Esa boda que planeaste con años de antelación. De blanco, todo perfectamente cuadrado para que saliese perfecto y que acaba con la mitad de la familia enfrentada, tu marido borracho hasta la inconsciencia y, lo que es peor, tú necesitando morfina para calmar el dolor de pies que te han regalado esos tacones. Hard Candy.
Ese lado de la cama vacío, frío, grande. Esos desayunos solitarios. Y la comida. Y la cena. Y los sueños.


Tardas mucho tiempo en darte cuenta de que los caramelos duros te hacen fuerte. Si te comes uno, está todo superado. Y entonces, de repente, ya no son tan duros, ni te sangran las encías. Y alguien viene a ofrecerte las gominolas más maravillosas del mundo, las más blanditas y dulces. El paladar se inunda de un sabor que no habías sentido nunca...


Ese alguien quizás estuvo siempre ahí. Tú no le veías. Quizás, sencillamente, seas tú.

jueves, 26 de julio de 2012

Seguirte

Seguirte. Cruzar la calle que separa tu alma de mis piernas. Saber que estás aunque no puedas tocarme, deshacer tu lado de la cama para imaginarte. Quemarme.